La trayectoria de Julio Cable parece proyectarse una y otra vez sobre un
bucle que armoniza una sempiterna pasión por el pop y su propia memoria vital.
Desde sus inicios con el grupo gaditano Fondo Perdido y, sobre todo, de la mano
de su momento de gloria mediática a la cabeza de Los Cables, su música ha
logrado conjugar ambos factores para relanzarse, robusteciendo su confianza en
el formato canción pop. Justo esa vocación fue la que lo condujo a (re)impulsar
su trayectoria en solitario en 2013, enarbolando el apellido de su antigua
banda, después de unos años de resacas y dudas.
“Canciones en el garaje” (2013) se encargo entonces de reabrir la
maquinaria de su factoría de canciones, alimentado tanto por su evocación
adulta en forma de textos como por una educación musical (de Brincos a
Plimsouls) o literaria donde “Tratado personal del inútil combate” (2015) guiñó
sin disimulo luego a la obra de la escritora belga Marguerite Yourcenar. El
pasado volvía a hacer las veces de trampolín hacia el presente gracias a
recuperaciones como la del viejo amigo Ñete (Nacha Pop, La Frontera, Romeos…)
en la producción así como de textos plagados de evocaciones generacionales y
sentimentales.
“Centramina, Beatles y Mazinger-Z” (2016) dibujó en su título el
privativo catálogo de símbolos de su infancia, proyectados a través de
“centramina, una anfetamina ahora prohibida que se administraba con total
alegría entre los malos estudiantes de los años setenta; Beatles, el sonido de
un hogar con una madre ye-ye; y Mazinger-Z, dibujos animados japoneses y
símbolo de la modernidad de una España a punto de estrenar democracia. Mamás
dopadas con Optalidón y cultura extranjera atravesando con urgencia nuestras
fronteras”. Power pop grabado casi en directo, de sonido más austero y
musculoso, al que contribuyó la coproducción de Juan Antonio Mateos (M.O.R., El
Lobo en tu Puerta, Detergente Liquido, Furia Trinidad…), buscando una analogía
con la urgencia de sus melodías y estribillos. El impulso propio no impidió a
Julio Cable conectar con colegas movidos por similares intereses como su
colaboración con el grupo The Capris o la coproducción del disco de Gonzalo de
Cos “Los Clásicos” (2017).
“Capitalismo zombie y playa” (2018) refresca ahora aquellos preceptos,
reforzando la rotundidad estética de un modelo que no se traiciona a sí mismo y
que destapa sin ambages la fragilidad de sus ideas y emociones. Partiendo de
una lectura muy gaditana del ensayo “Capitalismo zombi” de Pablo Heller, la
preocupación por el paso del tiempo así como los peligros de la alienación del
mundo digital estimulan algunas de sus ocho composiciones, recalando en
reflexiones sociales, evocaciones emocionales pero también en apetitos hedonistas.
Tampoco falta lugar para un canto a la amistad, con citas a héroes del peso de
Gram Parsons o Keith Richards en el afilado “La gasolina y el mezcal”.
Inaugurando un recorrido construido sobre un sonido de power trio, seco y
conciso, la aspereza textual y sonora del tema que bautiza el disco se termina
armonizando con la luminosidad pop de “Desayunar debajo de tu falda” o “Igual
que yo”, con el punzante riff de “Johnny” para acabar jugando a los contrastes
con el tierno caramelo de inspiración Lennoniana titulado “Estar pegado a ti”
que lo clausura.
En el fondo, y sin que exista necesariamente una idea compartida a la
largo del disco, todo parece responder al mensaje maternal (una constante en la
música de Julio Cable) que se documenta en “No va a volver”: “No hay nadie como
tú. No dejes de soñar. Nadie lo hará por ti. Y me hace sonreír. Y vuelvo a
suspirar. Y me hace maldecir el tiempo que no va a volver, donde está ese
recuerdo que ha vuelto a gritar”. SALVADOR CATALÁN (fuente: Susana Blane ltd)
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